Otro caso de represión contra la juventud que lucha
El pasado 13 de febrero, un nutrido grupo de estudiantes, y también docentes, se manifestaron en la el campus de Somosaguas de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad Complutense de Madrid. Se trataba de una protesta contra el acto que Iván Espinosa de los Monteros, exdirigente de Vox pretendía celebrar allí. Aunque Espinosa de los Monteros ya no es secretario general ni portavoz del grupo parlamentario de Vox, sigue siendo un exponente del racismo, de las ideas reaccionarias sobre la mujer y el colectivo LGTB. Con el detalle de ser el máximo exponente de la corriente ultraliberal de Vox, al estilo Milei, enemiga de todo lo público, odiadora de toda conquista social y defensora acérrima de la libertad absoluta… para el capital. Su presencia allí no puede verse más que como una provocación.
En realidad, la Universidad ya había comunicado a Espinosa de los Monteros que el acto se atrasaba. Pero el exdirigente ultraderechista lanzó contra la protesta a su equipo de seguridad privada, ligado a Desokupa. Eso provocó una situación de tensión, aunque no hay que exagerar. No hay nadie ni lesionado. La policía no hizo una sola detención ni siquiera identificación in situ de algún manifestante. Aunque sí que si fue evidente que la policía actuaó como anexo a la seguridad privada de Espinosa de los Monteros, no como una fuerza “neutral” que debiera impedir disturbios.
El resultado fue que seis estudiantes y un trabajador de la Universidad, militantes la mayoría de ContraCorriente y Sindicato de Estudiantes (incluyendo a Coral Latorre, su Secretaria General), fueron citadas por la policía a declarar. Habían sido denunciadas por el colectivo organizador de la charla, “Libertad sin ira”, un colectivo universitario de derecha, en el que conviven PP y Vox.
No es el primer caso, en Granada el 17 de marzo la policía actuó de forma parecida contra los estudiantes que se concentraron para impedir un acto de la también exdirigente de Vox, Macarena Olona (hoy, dirigente de “Caminando juntos”). El resultado fueron dos detenidos, con cargos.
Las siete compañeras encausadas declararon el 14 de abril en el juzgado de Pozuelo de Alarcón, rodeadas de la solidaridad de estudiantes, profesores y represntantes de otros sectores. Se las acusa de “desórdenes públicos, coacciones y delito de odio”.
Desde Barrios Hartos no podemos dejar de alegrarnos viendo la oposición que encuentra la ultraderecha en los campus universitarios cada vez que intenta aparecer a sembrar su veneno por allí. Hemos firmado como organización el manifiesto “¡Basta de represión al movimiento estudiantil! ¡Solidaridad con las 7 de Somosaguas!” que puede encontrarse aquí. Y llamamos a todas y todos nuestros lectores a firmarlo también.

Al mismo tiempo, lo sucedido nos incita a reflexionar. Porque, acabe la cosa en multas, en cárcel o en nada, es obvio que no va a ser el último incidente parecido que vamos a ver.
La primera reflexión es sobre el “delito de odio”. Hay un sector de la izquierda que defiende la existencia de este “delito”. Incluso se ha formado una “Asociación Contra el Odio”, a partir de la revista CTXT (“Contexto y Acción”) que tiene el objetivo de perseguir a la extrema derecha en los tribunales acusándola de este delito.
Se trata de un arma de doble filo. El “delito de odio”, aunque cuente con la oposición de la extrema derecha, no deja de ser un delito reconocido en el código civil desde su reforma en 2015 (es decir, bajo Mariano Rajoy), un delito que está en manos de los jueces, en últimas, del aparato de estado, el reconocer y reprimir. Es que su definición es lo suficientemente ambigua como para poder darle la vuelta con facilidad: consiste en que la infracción penal cometida contra alguien lo sea por su conexión o pertenencia a algún grupo (sexual, nacional, ideológico, etc) sin distinciones. Es decir, que literalmente, el delito de odiar a los fascistas o a los racistas entra totalmente en nuestro código penal.
Además, ¿quién tiene que perseguir este delito? En Sevilla acabamos de ver a la policía completamente indiferente ante los cánticos nazis y los destrozos que causaba la hinchada del Real Madrid la noche del 26 de abril, mientras el mismo día multaba a la Asociación de Vecinos Andalucía (San Diego) por hacer un concierto reivindicativo en un local que se ha usado habitualmente para ese uso sin problemas. Nos acabamos de enterar de los cánticos que unos legionarios armados (para participar en un desfile) les dedicaron en Granada a la UJCE (juventudes del PCE, que celebraban una escuela de formación en el mismo albergue): “rojo muerto, abono para el huerto” y el “Cara al Sol”. Y ya se está convirtiendo en rutina el desenmascaramiento de más y más policías, todos de la misma promoción, infiltrados en los movimientos sociales en Catalunya y Madrid (en su momento, también se descubrieron en Sevilla).
Es que el aparato del estado nutre al fascismo. Aunque haya ocasiones en las que no tenga más remedio que reprimirlos, cuando se “pasan”, lo normal es una neutralidad amistosa. Neutralidad que no enmascara que la extrema derecha está penetrando en las fuerzas de seguridad, ahí está el éxito de JUSAPOL, el acuerdo del SUP (Sindicato Unificado de Policía) con Desokupa, etc, etc.
En cuanto al poder judicial, no hay más que pensar en Pablo Hásel, en la cárcel, en jueces como Marchena, Llerena, García-Castellón, etc. El “Delito de Odio” se convierte en un instrumento que acabará usándose contra la clase trabajadora y los sectores populares. Ellos decidirán quién merece ser defendido de ese “odio”.
Por eso la lucha contra la extrema derecha es una tarea del movimiento obrero y popular. No sólo se trata de movilizarse en la calle contra su actividad, sino llevar una propaganda constante contra sus ideas. Se trata de contrarrestar su discurso, antifeminista, antiimigrantes y en últimas, antiobrero y antipopular. Para poder llevar a cabo esta tarea es necesari
Una segunda reflexión es sobre la situación de la libertad de expresión en los campuses universitarios. Históricamente la Universidad fue el laboratorio de las ideas, desde su comienzo en la Edad Media. Por lo tanto siempre combinó su utilidad ideológica para la clase dominante de turno con el peligro de la aparición de ideas subversivas. Este peligro no se podía cortar simplemente con la represión, aunque regímenes como el fascista italiano, el nazi o el franquista hicieran amplio uso de ella, de la depuración del profesorado.
El vicepresidente de EEUU, JD Vance, tiene un discurso famoso, “Las Universidades son el enemigo” (en 2021, ante la Segunda Conferencia Nacional de los Conservadores). Desde que está en el poder está demostrando que es eso exactamente lo que piensa. Bajo la excusa de perseguir el “antisemitismo”, en todo EEUU se está persiguiendo a las organizaciones estudiantiles, sin perdonar a las numerosas organizaciones judías antisionistas, que están solidarizándose con Palestina. Esta persecución no sólo es judicial, sino que se está presionando a los rectores para que persigan a sus propios alumnos bajo la amenaza de cortarles los presupuestos. El caso que se ha convertido en ejemplo simbólico es el de el estudiante palestino con tarjeta verde (que permite residencia permanente en EEUU) Mahmoud Khalil, expulsado de la Universidad de Columbia (New York), detenido y amenazado de deportación sin una simple orden judicial, defendido por la mayoría del estudiantado pero dejado en la estacada por el rector y la administración universitaria.
Pero esta represión contra la movilización estudiantil en solidaridad con Palestina no se limita a los EEUU. Se ha extendido por toda Europa, y en Sevilla tuvimos un ejemplo palmario. El 10 de junio de 2024, la policía desalojó a los estudiantes que ocupaban el rectorado de la facultad de Filología de la Universidad de Sevilla. La ocupación era un acto de protesta contra el genocidio en marcha en Palestina y la complicidad de la Hispalense con él. El rector Miguel Ángel Castro había solicitado por escrito la intervención policial, que se saldó con heridos y se continua con citaciones judiciales.
Para los imperialistas, no importa los conflictos que hoy les dividan en temas como los aranceles o Ucrania, ya sean los Estados Unidos o la Unión Europea, el apoyo a Israel es estratégico. Pero incluso con un historial criminal como el que tiene el sionismo, nunca habíamos visto hasta ahora perpretrar un genocidio ante la mirada del mundo de forma tan desvergonzada como ahora. Esto está dando lugar a cosas nunca vistas, una mayoría de la juventud norteamericana (y una porción significativa de su población judía) defendiendo a Palestina, manifestaciones masivas incluso en Alemania, el país hasta ahora más sordo a esta causa debido a su complejo de culpabilidad. Por eso la represión en la Universidad, como otras formas de atentar contra la libertad de expresión, limitación del derecho de manifestación, prohibición de la bandera o de ciertos cánticos, etc. se están extendiendo país tras país. Y de nuevo, estamos viendo que desde EEUU hasta Sevilla, el bastión de la libertad de expresión en la Universidad no son los rectores o la administración académica sino el estudiantado movilizado, el mismo que se enfrenta a la extrema derecha y ésta se queja de que impide su “libertad de expresión”.
Desde Barrios Hartos, desde los barrios obreros de Sevilla, llamamos a nuestros vecinos y vecinas a defender la libertad de expresión de los estudiantes universitarios, a solidarizarnos con los pueblos oprimidos especialmente el palestino que está sufriendo un genocidio. Pero al mismo tiempo a no permitir las provocaciones de los que aprovechan la excusa de la “libertad de expresión” que constantemente están negando a otros para ir a sembrar el huevo de la serpiente del racismo y el fascismo al templo del pensamiento que debería ser la Universidad. Y a solidarizarnos con todos los que luchan contra esta plaga, a exigir el sobreseimiento de sus causas, ya sean los seis de zaragoza, los estudiantes de Granada o las siete de Somosaguas.
¡Retirada de los cargos contra las siete de Somosaguas! ¡Fuera fascistas de la Universidad!
