Desde los barrios obreros tenemos que recordarnos el origen de este día reivindicativo, el Día Internacional de la Mujer Trabajadora, que es tanto como decir de todas las mujeres de la clase trabajadora, incluyendo las jóvenes que están en formación, las jubiladas o las que tuvieron, obligadas por las circunstancias (también presiones) sociales, que permanecer en la casa, a menudo no voluntariamente.

Coincidiendo con el nacimiento del movimiento obrero organizado, el siglo XIX presenció el papel que jugaron las mujeres obreras en luchas emblemáticas que asentaron toda una tradición. Se soldó así la lucha por la plena emancipación de las mujeres con la lucha integral del movimiento socialista internacional. Nacía masivamente una expresión particular de la lucha contra la opresión.

En 1910, la II Conferencia Internacional de Mujeres Socialistas, decidió presentar el Día Internacional de la Mujer Trabajadora. No es causalidad que no fuera otro movimiento, sino precisamente el movimiento obrero conscientemente organizado, en el que hombres y mujeres tomaban consciencia del origen de todos las formas de discriminación, opresión y sufrimiento. Tras varios años de lucha se terminó por elegir el 8 de marzo como fecha emblemática. 

Tal día de 1917 en Rusia, la clase obrera se propuso festejarlo en la forma tradicional, y nadie imaginaba que ese día iba a ser el inicio de la revolución contra toda forma de tiranía. Las trabajadoras fabriles salieron a la calle a hacer huelga haciendo un llamamiento a sus compañeros del sector metalúrgico.

Una vez que la Revolución Rusa dio sus primeros pasos, garantizó los plenos derechos políticos para la mujer.No sólo el derecho al voto, sino la potestad de ser elegida ministra, lo que fue el caso de Aleksandra Kollontai, primera de la historia mundial. Tampoco casualidad. 

Los avances materiales posteriores facilitaron su plena incorporación a todas las esferas de la vida social, económica y política.

A día de hoy, el 8M es reinterpretado y difuminado. La ONU, puso su grano de arena institucionalizando la celebración del Día de la Mujer, quitándole el calificativo de «trabajadora», tampoco casualidad, como organismo defensor y maquillador del estatus-quo, con la intención de ocultar el nombre de la clase social cuyo sector más consciente se movió al unísono para defender sus derechos. El objetivo es obviar que este día nace del movimiento de lucha contra el capitalismo que durante décadas previas a 1917, impulsaron millones de militantes, hombres y mujeres unidos por el ideal revolucionario de desterrar cualquier tipo de explotación. 

A pesar de todas las maniobras, el registro histórico está ahí; en él se encuentran centenares de experiencias que muestran el papel fundamental de las luchadoras. Desde la Comuna de París, pasando por los años revolucionarios de la República,  hasta los periodos convulsos más recientes. Las mujeres más jóvenes hoy se incorporan a esta tradición, y es la forma más esperanzadora para un futuro más humano.

A pesar de los avances logrados con la lucha, en pleno S. XXI las mujeres de la clase trabajadora seguimos sufriendo acoso (una herencia patriarcal  que el capitalismo profundiza y utiliza para sus propios fines) y precariedad laboral, seguimos soportando el peso añadido del cuidado del hogar y de los familiares dependientes, seguimos siendo nosotras las que tenemos que abandonar los trabajos o reducir nuestra jornada laboral para ejercer los cuidados, seguimos siendo violadas de muchas maneras (incluyendo la forma más extrema, que acaba con el asesinato) y sufriendo la violencia machista. 

El aparato estatal, sus altas esferas, está tan atravesado de enormes trazas patriarcales, que en este asunto hace extremadamente visible su papel de sostén de las estructuras de dominación.

Sólo con la lucha en unidad podremos conseguir nuestra plena libertad y acabar de una vez por todas con la desigualdad, la violencia machista y todo tipo de opresión sobre nosotras. 

Es importante que nosotras y nosotros sepamos quiénes somos y de dónde venimos, somos las jornaleras, las migrantes, las palestinas, las gitanas, las trans, las kellys… Porque nuestro movimiento no nació ayer ni lo hizo de forma casual o caprichosa. Desde los barrios obreros esta conciencia debe servirnos para comprender que cualquier lucha parcial (ya sea por cuestiones de habitabilidad, infraestructuras, servicios conquistados que nos arrebatan, etc) está conectada con el fin más amplio, que es acabar con toda violencia y discriminación, para lo que al final tendremos que enfrentarnos a la naturaleza de clase del sistema imperante. 

La lucha por la liberación de la mujer, con nosotras a la cabeza, junto a nuestros compañeros, y con toda persona que sienta el impulso natural de luchar contra las injusticias, es central. 

Las mujeres siempre estuvimos ahí, en cada hito histórico trascendental. Estamos y estaremos. ¡Fui, soy y seré! … porque fueron somos, porque somos serán.

¡Que viva la lucha de la mujer de la clase trabajadora! 

«Mañana la revolución se levantará nuevamente, haciendo sonar sus armas y para horror suyo proclamará con sonido de trompetas: ¡Fui, soy y seré! (Rosa Luxemburgo)

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